Economía

La próxima rabieta de Javier Milei

En unos días, seguramente el Javier Milei arderá (otra vez), cuando la gente de The Economist, que hasta ahora no han demostrado quererlo demasiado, publique su tradicional Índice Big Mac, una evidencia incontrastable de subvaluación del dólar.

Si hay un tema capaz de “sacar” al Presidente y su gente, es que les digan que el dólar está subvaluado respecto al peso, porque saben que -a la larga o a la corta, como señal o como factor- eso ha sido históricamente la espada de Damocles de todos los planes de estabilización que ha tenido la Argentina.

Dejando de lado si el peso está sobre o subvaluado, la realidad acá poco importa y de lo que se trata para el Gobierno es del manejo de las expectativas, o mejor dicho del efecto que las expectativas pueden tener sobre la realidad y la marcha de su plan económico.

Las primeras voces que hablaron sobre la posibilidad de un dólar subvaluado surgieron desde el sector agropecuario, a mediados de enero, advirtiendo que la política cambiaria del Gobierno podría demorar su crucial liquidación de divisas. Fuera por el entusiasmo generado por el cambio político, por las vacaciones, o por lo que fuere, las advertencias no pasaron de ser una predica en el desierto.

En febrero estaba claro que algo comenzaba a suceder y que había que pensar en cómo reacomodar las carteras. Para mediados de mes se había perdido gran parte de las ventajas de la devaluación de diciembre frente a varias monedas, con el dólar perdiendo terreno hacia mediados del mes.

En marzo, la Argentina comenzó a quedar en algunos frentes “cara en dólares” y al terminar el mes, Carlos Melconian abrió la gatera reclamando medidas para evitar el atraso.

Abril fue el mes en que se comenzaron a desmadrar las cosas, luego de que Daniel Artana y Marina Dal Poggetto (probablemente la mejor economista, ahora que Diana Mondino se hizo oficialista), ambos incuestionables, comenzaran a hablar sobre los peligros de un dólar “retrasado”. Hasta este momento las voces habían sido pocas y no todas de lo mejor, pero cuando lo mejorcito de “la intelligentsia” económica comenzó a cuestionar el plan del Gobierno, la respuesta de las autoridades fue casi brutal.

Mayo fue el mes en que el Presidente puso toda la carne al asador para frenar los comentarios sobre el retraso cambiario, con los propios y contrarios comenzando a cruzar espadas. Esto solo trajo más confusión, disparando una corrida/recuperación del dólar al retraerse las liquidaciones del campo, que se retraían por la suba del dólar.

Irónicamente fue la disparada del billete y no los argumentos e improperios del oficialismo lo que acalló las voces advirtiendo de un retraso cambiario durante junio. ¿Su efecto?: el quiebre en la confianza que había gozado un Gobierno que parecía todopoderoso hasta abril.

Este último mes la corrida/recuperación del “blue” continuó en la calle hasta el día 12, cuando alcanzó un récord nominal de $1,500. Desde entonces y a pesar de todas las medidas para tratar de insuflar algo de calma cede menos de 4%, mientras la brecha libre/oficial que en abril había caído a 8,3% (el riesgo país a 1148 pb) se estacionó firme en torno al 50% (el riesgo en torno a los 11530 pb)

En el ínterin, las pocas figuras que cada tanto vuelven a traer a colación el tema del “atraso”, no importa quine sean, son rápidamente “descabezadas”.

Cuando fue (bien) apretado durante una entrevista, un cándido Fausto Spotorno respondió a principios de mes: “Yo lo que creo es lo siguiente, creo que el tipo de cambio oficial puede ser que esté atrasado levemente. No es un atraso para mi super preocupante… estamos hablando de un… yo estaba haciendo el cálculo histórico, el tipo de cambio promedio histórico desde que Argentina tiene datos, desde 1888 a hoy, es un tipo de cambio de $ 1.100… está atrasado un 20-15%, puede ser… Ahora el tipo de cambio libre, ese seguro que no está atrasado”. Cinco días más tarde, uno de los economistas más queridos y respetados, era expulsado del círculo áulico del Gobierno.

Más recientemente y a no demasiadas horas de haber sido designado asesor presidencial, el economista y empresario Teddy Karagozian, también recibió un empujoncito hacia la puerta de salida, bajo términos no muy alagueños.

Cómo controlar los virus del atraso cambiario

No están todos, pero están algunos de los más conocidos con sus opiniones sobre el atraso cambiario, así que podemos jugar al “Otro yo del Dr. Merengue”, perdón, del “Dr. Milei”.

Primero, los enemigos:

Los K (esos “zurditos” no cuentan; además, conmigo no se animan, diría Milei) y los PRO (unos “pato mojados”, y como me quede con el Pato mayor, nadie les da bolilla, se jacta)

Carlos Melconian, como el pajarraco de Aldous Huxley en la Isla, graznando sin parar: “El dólar está atrasado, el dólar está atrasado” a la caterva de sus periodistas amigos. Un fracasado y resentido que busca “limar” al Presidente y su equipo en la visión oficial, esperando la oportunidad -que nunca le llega- desde las sombras.

Miguel Ángel Broda: El Presidente cree que somos estúpidos quienes sostenemos que existe un atraso cambiario… debería ver el Gobierno como cada fin de semana viajan miles de argentinos para comprar cosas en el exterior” (un dinosaurio, despreciado por todos y desesperado por algo de atención, bajo la mirada mileista).

Ricardo López Murphy: «No veo recuperación con este atraso cambiario; y la caída de la actividad ya es dramática”. Otro fracasado, bajo esa concepción-.

Segundo, los traidores

Carlos Rodríguez: «El plan Caputo arrancó con devaluación fuerte y subiendo la inflación. En tres meses el país ya es uno de los más caros del mundo en dólares, sin que entren dólares. Una botella de agua mineral en Carrefour Argentina cuesta lo que seis botellas similares en Carrefour Francia. Sobran ejemplos. Algo no está funcionando y va más allá del tipo de cambio» (alguna vez Javier Milei lo había llamado prócer del liberalismo, desde noviembre del año pasado, un gagá)

Roberto Cachanosky: “Me parece que retrasar la cotización del dólar y la salida del cepo implica acumular tensiones cambiarias hacia adelante y postergar la salida de la recesión”, una “mie… humana”, dijo de él.

La consigna es que a los mencionados hasta acá hay que pegarles con todo, y tratar de desacreditarlos como sea. Los que siguen son los que navegan a dos aguas y en los que nunca se puede confiar del todo. Así que mejor sobarles el lomo o tirarles algún “huesito”, sabiendo que en cualquier momento pueden dar un tarascón, se piensa.

Miguel Kiguel, quien sostenía que era difícil establecer si la Argentina estaba cara o barata en dólares, indicó que claro que “no está regalada en dólares como a fines del año pasado” (hasta que ganamos, estaba en la vereda de enfrente, otro de los que dio el salto).

Ricardo Arriazu: “Hacer eso (modificar la actual pauta de devaluación controlada del 2%) haría subir los precios … el programa se iría a la miércoles y lo correrían a patadas al Presidente” (otro converso de última hora).

Domingo Cavallo: “Con el presente ‘crawling peg’, los costos de producción en dólares tenderían a aumentar hacia niveles que desalentarían las actividades de exportación poniendo en peligro el superávit comercial luego que se agoten las divisas generadas por la cosecha gruesa y los stocks de insumos importados» (el Mingo es el Mingo y puede irse de boca en cualquier momento, mejor mantenerlo de nuestro lado.)

Tercero, los propios… hasta que no lo sean

Agustín Monteverde: “No hay necesidad de tocar el tipo de cambio” (una figura menor, pero ayuda).

Agustín Etchebarne: “Cada vez que tenemos un programa de estabilización y hay entrada de capitales, el país queda caro, no somos caros por el tipo de cambio, sino por todo lo demás” (del palo).

Juan Carlos de Pablo: «Si devalúa o afloja en materia fiscal, se convertirá en un pato rengo»… “la salida del cepo no es prioritaria”, un ecléctico que abreva desde Hayek hasta Keynes, y que hoy ocupa el lugar que supiera ocupar Carlos Rodríguez (siempre es bueno tener alguien respetado que nos apoye).

Aparecen luego los medios y los periodistas unos “dinosaurios, idiotas, ensobrados, chantas y cobardes”. Los que no conviene tener en la vereda de enfrente, porque rinde más con la gente y le da circo a los propios, son fáciles de controlar con la billetera o con amenazas (para eso están los trolls).

Para el final queda la chusma del “Círculo Rojo” (UIA, Bolsa de Comercio, CiCyP, Rural, etc.) que se congratulan y apoyan todas las decisiones -como lo han hecho con las de Fernández, Macri, los Kirchner, Menem, Alfonsín, los militares, etc-, temerosa de cualquier declaración sobre el tipo de cambio que genere la tirria presidencial… esto es, hasta que están seguros de que el “árbol está caído”.

Los del FMI podrían molestar, pero como se auto-perciben como el gran oráculo económico moderno, sus declaraciones siempre son arcanas, diciendo (muy) entre líneas lo que quieren decir sin ofender a sus miembros, importándoles un rábano lo que digan de ellos mientras sigan negociando o mejor aún, paguen.

Por último, están las grandes casas internacionales, que “no entienden lo que estamos haciendo”, “no ponen un mango” y parlotean sobre un “peso alto”. Si bien los ponemos en lista negra, como cuando “la pongan” será otra cosa” (“son de consumo externo así que mejor ignorarlos”).

Ahora, hablando en serio y dejando de jugar a ser el “Otro Yo de…”, la idea del Gobierno es que de una u otra manera tiene controlados a los principales formadores de opinión, para que no “jod… en la construcción de las expectativas”, claves en su plan económico

El Big Mac, ese índice tan temido

A esta altura se pensaría que no hace falta explicar mucho, pero siempre hay alguien nuevo que puede no conocerlo. La idea con el Índice Big Mac (IBM) es comparar el precio de una hamburguesa Big Mac, que se elabora de la misma manera y con los mismos componentes en más de 100 países, traducido a valor del dólar local, contra el precio que tiene en los EEUU.

Una de las teorías más difundidas entre los economistas es la de la Paridad del Poder de Compra (PPP en inglés) que dice que a largo plazo, la relación entre los tipos de cambio de dos países debería moverse u oscilar en torno a uno que iguale los precios de canastas idénticas de bienes y servicios.

Como en la elaboración y venta del sándwich intervienen toda una serie de productos y actividades (una canasta de bienes y servicios), la suposición es que hasta cierto punto la hamburguesa refleja los costos de toda la economía.

Para ponerlo bien simple: si medido en dólares el sándwich vale menos en nuestro país que en los EEUU, esto significa que nuestra economía “está barata” en dólares, y si vale más, “esta cara”.

Para ponerlo más claro aún, si un yanqui viene a la argentina y paga por su Big Mac más de lo que paga en su pueblo natal, tendrá la percepción que Argentina es cara; si un argentino viaja al país del norte y le sale más barato que acá, dirá que los EEUU es barato.

Por supuesto que, más allá de las percepciones (confieso que siempre “pispeo” el Índice BM antes de viajar al exterior, para ver que me puede esperar), esto no es más que teorías sobre teorías, por lo que las más de la veces el índice no refleja la realidad.

Con el tiempo, han aparecido una infinidad de índices alternativos, pero ninguno ha demostrado ser mejor por conveniencia y resultados, así que el IBM se ha convertido en estándar global para determinar si una economía está sobre o subvaluada.

Tal vez la mejor evidencia sobre la importancia global que tiene el IBM, la vimos durante la gestión de Guillermo Moreno al frente de Secretaría de Comercio, quien habría acordado “amablemente” con la gente de Arcos Dorados que se congelase el precio de la más popular de sus hamburguesas -que se acababan a la velocidad de la luz en sus locales-, a cambio de la liberación de sus otros productos.

Una voz que no se podrá acallar

Cierto que con la llegada de “Zanny” Minton Bodes al cargo de editora en jefe en 2015, The Economist ha venido dejando toda pretensión, transformándose en un medio “Woke” más, con algún atisbo económico “libremercadista” de tanto en tanto.

Así figuras como Trump, Bolsonaro, Bukele y el mismo Milei les resultan horrendas, pero como los cuestionamientos son con la opinión del medio y no con su información, la popularidad global del IBM – que es absolutamente objetivo y comprobable por cualquiera- no ha sufrido mella.

Desde el 18 de noviembre de 2011, cuando le dedicaran 41 caracteres definiéndolo como “un mosquito político de la ultraderecha”, The Economist publicó 22 notas sobre Javier Milei -la última este mes, cuestionando “su judaísmo”-, más media docena de podcasts y menciones en artículos varios, a decir verdad, ninguna demasiado favorable.

The Economist integra la lista de los “enemigos” para el Gobierno. El problema es que, a diferencia de todas las otras voces, este argumento no va a alcanzar para neutralizar lo que digan sobre el atraso cambiario.

Lo que se viene

Al momento de escribir estas líneas, la hamburguesa costaba en Argentina $7.300, el dólar oficial (venta) estaba en $968,17 y el libre en $ 1.440. Esto nos da un precio por “patty” de u$s7,54 y u$s5,07, frente a u$s5,69 que se comercializaba en los EEUU.

En la medición de enero, el precio era u$s3,83/u$s2,64, desde el año 2000 un salto sin precedentes entre dos mediciones consecutivas de u$s3,71/u$s2,43 o 65,1%/42,8%. Para decirlo de otra manera, según este índice nunca se vivió en lo que va del siglo una revalorización del peso tan abrupta como la que estamos experimentando ahora.

¿Dónde nos deja esto? De acuerdo con los números, en los últimos 24 años una sola vez la hamburguesa estuvo más barata en términos relativos en dólares oficiales (julio 2011) y por apenas centavos. En dólares libres, la última vez fue en la medición de julio de 2017 teniendo que retroceder a los tiempos de Guillermo Moreno y sus controles, en 2012, para volver a verlo.El planteo presidencial «¿Argentina es cara en dólares dada su estructura fiscal y regulatoria?» -que sin dudas conlleva mucho de cierto-, según el valor de la hamburguesa no parece servir de argumento para justificar que el dólar no esté subvaluado.Desde enero de 2000 el precio del Big Mac estuvo en promedio 18% debajo del norteamericano medido por el dólar oficial y 33% por el blue. A hoy está 33% arriba y 11% abajo, lo que sugiere que estaría “caro” en función de la norma histórica (que reflejaría las ineficiencias locales). Sin dudas, el Indice Big Mac es una hamburguesa que va a ser difícil de digerir por Javier Milei.

Fuente: Ámbito