Los obreros escoceses que boicotearon a Pinochet y no repararon los aviones que atacaron al Palacio de la Moneda
En los primeros días de marzo de 1974, Robert Fulton, un operario de la fábrica de Rollys-Royce ubicada en la localidad escocesa de East Kilbride, a poco más de diez kilómetros de Glasgow, entró a su turno y se encontró con que tenía que revisar un motor de avión que había llegado para mantenimiento. Revisó la ficha y, al ver de dónde venía el motor, recordó cuando, seis meses antes, él y sus compañeros habían visto las imágenes por televisión de un hecho ocurrido a miles de kilómetros de Escocia, en otro continente.
Para esos trabajadores no podía ser ajeno el bombardeo a un palacio de gobierno en el que un presidente constitucional resistía un golpe militar. En gran medida por la conciencia de clase. El 14 de septiembre de 1973, tres días después del derrocamiento de Salvador Allende en Chile, Robert Somerville, uno de los delegados de la fábrica, presentó una moción ante los trabajadores para enviar un telegrama al Foreign Office, la cancillería británica, haciendo saber el repudio de los obreros al golpe de Augusto Pinochet. La moción fue aprobada de manera unánime. No era solamente el antifascismo de la clase obrera británica lo que los había impulsado.
En 1966, el gobierno chileno de Eduardo Frei, antecesor de Allende, había comprado 21 aviones de combate Hawker Hunter, fabricados en la planta de East Kilbride. Esos aviones fueron los que protagonizaron el golpe del 11 de septiembre. Los motores de cuatro de los aviones fueron llevados a Escocia para mantenimiento seis meses después del derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular. Y Robert Fulton tenía que revisar uno de esos motores.
Antifascismo militante
Cuarenta años después del golpe, en 2013, Fulton, Somerville y John Keenan fueron entrevistados por Felipe Bustos Sierra para su documental Nae Pasaran (la deformación de la consigna antifascista “No Pasarán” en boca de un angloparlante), que recrea aquel momento. Bustos Sierra nació en el Chile de la Unidad Popular, pero debió huir con sus padres del terror pinochetista y creció en Bélgica.
La compra de los Hawker Hunter obedeció a una carrera armamentista entre Chile y la Argentina. El gobierno de Frei adquirió los cazas ante el rearme de la Fuerza Aérea Argentina. El contrato de compra a Rollys-Royce incluyó una cláusula por la cual, en forma periódica, la Fuerza Aérea de Chile enviaría a la planta de Escocia los motores de los aviones para revisión. En cumplimiento de ese contrato arribaron cuatro motores en marzo de 1974. Las imágenes del 11 de septiembre todavía estaban frescas.
Fulton avisó a los delegados, se convocó a una asamblea y el operario anunció: “Soy cristiano y voy a boicotear estos motores por motivos morales”. Los trabajadores decidieron que nadie tocaría los motores. Los metieron en las cajas en las que habían llegado y las dejaron a la intemperie. Los números de serie eran 15609, 15610, 15624 y 15630.
Fue un gran acto de resistencia de una clase obrera fogueada en el antifascismo desde hacía casi cuatro décadas: Gran Bretaña había aportado combatientes (sobre todo anarquistas) a los republicanos en la Guerra Civil Española. Poco después de iniciada la guerra, el 4 de octubre de 1936, grupos obreros de izquierda repelieron la movilización de la Unión Británica de Fascistas, liderada por Oswald Mosley. Este (padre de Max, presidente de la Federación Internacional de Automovilismo hasta 2009) había pensado en un equivalente de la marcha sobre Roma de Benito Mussolini. Mosley y los suyos debieron retroceder, en lo que se conoció como “la batalla de Cable Street”, tras lo cual el fascismo británico languideció.
Casi cuarenta años más tarde, Pinochet y su dictadura eran vistos desde Escocia como una expresión fascista. Los obreros boicotearon la reparación de los motores, lo cual generó un conflicto con la empresa. Esto derivaba, además, en presiones de la dictadura chilena a Rolls-Royce y al Foreign Office.
Un conflicto de cuatro años y medio
Al momento de comenzar el boicot, el Reino Unido tenía, desde pocos días antes, un gobierno laborista con inclinaciones más a la izquierda respecto de lo que siempre había tenido un partido de tendencia socialdemócrata, con lo cual el repudio a Pinochet contaba con la solidaridad de los funcionarios. El Parlamento se enfrascó en debates sobre la asistencia a un país bajo una dictadura brutal.





